Wednesday, June 18, 2008

Clinton mentiroso

Al libro de CLINTON le sobra una letra
por Pepe Forte
(publicado en TRIUNFO, agosto 2004)


En una antología de escritores norteamericanos que hace años consulté, a Erskine Caldwell le tocó opinar de Mark Twain. Y el autor de Tobacco Road y God’s Liitle Acre comenzó su semblanza sobre el de Tom Sawyer y Huckleberry Finn de esta manera: "No he leído ni un solo libro de Mark Twain; por eso voy a escribir de su obra".

No he leído —ni lo haré— el libro de Bill Clinton My Life, y por eso, como Caldwell hizo con Twain, voy a escribir de su obra, ahora que recientemente el Súper Ex estuvo en Miami presentando su autobiografía, que es un best-seller, mas no a costa mía.


Creo que ya es evidente en apenas un par de párrafos que Clinton no me gusta, aunque admito que el tipo debió haberme caído bien. El prez era carismático, joven, y hasta logró imponer a contrapelo su canas en un país cuyos ciudadanos se gastan cientos de dólares al año en tintes. Por si fuera poco, era rockero. Disfruté ver a Fleetwood Mac, una de mis bandas de rock favorita, interpretando la canción Don't Stop en su inauguración, máxime que cuando era joven, yo estaba enamorado de su bella cantante Stevie Nicks. Para rematar, lo adornaba Hillary, por lo que el Comandante en Jeque de la Isla del Desencanto, viejo verde como su propio traje, dijo que, "su mujer es muy bonita". También, le agradezco a Clinton el intento, a pesar de fallido, de reformar el sistema de salud de la nación. Pero hasta ahí llego. Y no es porque sople tan mal el saxofón, pretendiendo encarnar a ultranza una versión finisecular de viento de Padereski. No. Son otras cosas.

Clinton fue el mashed potatoes president, porque tan suave como un puré de papa corrió su presidencia. A cualquier presidente norteamericano le habría ido igual de fácil en el período en que él lo fue. Obtiene como legado una economía en despegue aunque algunos crean que la bonanza se debió a él solito, precisamente los mismos que ahora ignoran que la crisis actual comenzó ya en el último trimestre de su mandato. Pero lo muelle de su administración está en que Clinton fue el primer presidente de Estados Unidos en medio siglo que heredó una Casa Blanca sin Guerra Fría. Sin Unión Soviética, en un mundo unipolar con Norteamérica de líder, ya no había que estar correteando por tener más cohetes atómicos que el otro. Tal vez la ausencia de ese stress explica su abulia y que, como aquel rey aburrido antes que inventaran el ajedrez, a Clinton, para matar el tedio, le diera por meter habanos en sitios insospechados (dicen que el tabaco era Cohíba, lo cual demuestra que la mano de Castro llega hasta los lugares más oscuros).


El presidente más explosivo de la historia de América inaugura su gestión con un bombazo (marzo del 93, World Trade Center) y la cierra con otro, el atentado al crucero de la marina USS Cole en octubre del 2000 en Yemén. Y en el medio, la bomba de Oklahoma, la de las Olimpíadas de Atlanta, las de las embajadas americanas en Kenia y Tanzania, y el vuelo 800 de TWA. ¿Y él?, tranquilo Bobby, tranquilo...

¿Qué se hicieron los testimonios de las trayectorias luminosas que colisionaron con el Boeing-747 del vuelo 800? Bien, gracias. Los restos del avión fueron sacados casi totalmente del fondo del mar y hasta hoy, en que por una simple uña un forense termina revelando la talla de zapato de su dueño, las causas de la caída del aparato permanecen en el misterio. En cuanto a Oklahoma, siempre pensé que a la administración le resultaría más cómodo decir que se trató de un ataque de terrorismo doméstico que exterior (cualquier similitud con el 3/11 de Madrid no es pura coincidencia), porque de lo contario, Clinton habría tenido que colgarse al cinto las cartucheras de Billy The Kid. Pero como el eterno teenager de la Oficina Oval no estaba para deberes, entonces toda su atención se la dedicó no a su ombligo, sino a un sitio más divertido y un poco más abajo: su propia bragueta.


A todo este proceder irresponsable se suma tolerarle a Castro una nueva cucharada de éxodo marítimo —léase “Balseros ‘94 o Mariel Part II”—, el derribo de las avionetas de Los Hermanos al Rescate, y más tarde complacerlo con el Elián affaire. No se engañe nadie. La solución del caso del niño náufrago tal cual ocurrió, fue una decisión personal de Clinton. Ilógica por demás, porque si él perdió la reelección como gobernador de Arkansas en 1980 por los marielitos en Fort Chaffee, su venganza no debió aplicarla contra los cubanos de Miami, sino contra quien lanzó malintencionadamente aquel éxodo, y él sabe quién es.

Con Elián, si Clinton lo hubiese deseado, cuando menos habría ignorado la pataleta del barbudo oportunista. Pero no: le devolvió la chambelona y, matando dos pájaros de un tiro, pisoteó al exilio. Qué triste: después que por más de 40 años limáramos inefables las naturales diferencias culturales entre cubanos y norteamericanos y lográramos la convivencia, gracias a cómo manejó el asunto Clinton resucitó el racismo y la xenofobia, y desenmascaró una falsa tolerancia hasta entonces oculta bajo el manto de la hipocresía. Con dolor y frustración vi incluso a parte de la comunidad afroamericana de Miami cobijarse bajo la bandera confederada en las esquinas de ciudad para repudiar nuestro reclamo y, con más pesar aún, también a algunos hermanos latinomericanos nuestros. Y eso jamás, jamás, se lo perdonaré a William Jefferson Clinton...

Pero regresemos al libro de Guillermito que, ¡oh!, ya me olvidaba. No lo leo no porque no me guste su autor. Yo, no funciono así. Tampoco me gusta Hitler y he leído Mein Kampf. Y hay otros casos, como Carlos Marx, que si no he hojeado siquiera El Capital es porque no quiero romperle el récord a las únicas personas que se lo han disparado: los correctores de prueba. Pero con Clinton, si no leo sus memorias, es porque para mentiras más me divierten las inocentes que Carlo Collodi imaginó para Pinocho. Y ése es el punto. Algunos amigos míos que ya terminaron su lectura y que ahora pretenden deshacerse del libro regalándomelo, concuerdan con la mayoría de reviews que he consultado en la Internet: que Clinton es un mentiroso incorregible. Que el libro todo lleva la pátina de su célebre frase I did not have sexual relations with that woman, y que los casos de Mónica Lewinsky y Elián González como él los describe en su santificado mamotreto de mil y una páginas, son un cóctel de falsedades y de verdades a medias. Ya ni me importa saber si abordó o no el turbio asunto de Whitewater con muerto incluido y todo, y el “escape” de información sensible a China. Por eso creo que al libro de Clinton le sobra una letra, la F. Su autobiografía, en vez de MY LIFE (MI VIDA), debería titularse MY LIE, es decir, MI MENTIRA. Y yo, la verdad, ni muerto me compro un libro que tenga un error de imprenta en la mismísima portada. (¿Tendrá dentro una Fe de Erratas?).

1 comment:

Anonymous said...

Y que diras de Bush? Por lo menos que si no es el anticristo se le parece bastante! El Bush padre dejo el pais arruinado. Clinton no retorno a Elian, habria que hilar mas fino. Y es una pena que a un hombre que hizo tanto por este pais , tanta gente se concentre en su estupido affair, que fue un "set up" y hombre al fin, mordio el anzuelo. Pero que no hizo nada bueno? Vuelvo y me pregunto y que dirias de Bush! Dios lo perdone!