Saturday, September 26, 2009

CUBA clausura los COMEDORES OBREROS

Posted on Sep. 25/2009

Me llama mi amiga Alina Fernández Revuelta mientras conduzco de vuelta a casa, para comentarme un cable que viene de Cuba —milagro que no se lo comieron—, que dice que los “comedores obreros” van a ser cerrados en La Isla. Fue ella, según un chachareo semanal de “viejas malas” —lo contrario de “buenas nuevas”— que mantenemos sobre informaciones que salen de allá, quien también me anunció hace unos días la clausura de las escuelas al campo —bueno, creo que eran las escuelas en el campo, que una simple preposición aquí representa todo un cambio de identidad—, y el caso es que aquella nota y esta otra de hoy me condujeron a un devaneo mental por algunos de los íconos de proyección social que ahora, al cabo de medio siglo, comienzan a fenecer. Los comedores —yo prefería ‘comederos’— obreros, fueron en su momento una “conquista revolucionaria”. Por el precio módico —no tanto como veremos más adelante—, de 50 centavos diarios, los trabajadores cubanos todos —lo mismo los de cuello blanco que azul, o con preferencia sin cuello o si con él sin especificar mejor empercudido por la carencia de jabón de lavar— tenían acceso a un almuerzo caliente en un espacio mal oliente y mosqueado —en este caso no en su acepción de “aburrido” o “solitario” como indica ese calificativo en el habla popular cubana, sino "lleno de moscas"—, que servía de recinto para matar al mediodía malamente el ruido de las tripas que no desayunaron.

Todos los comederos no eran iguales. Había unos de más mala muerte que otros… aunque con el progreso de la revolución de pronto empezaron a aparecer en instituciones como el Centro de Investigaciones Científicas y lugares así rimbombantes con pretensiones de contemporaneidad copiada de alguna película franco-italiana con cuchareta sovietizante de por medio —no olvidemos que éste es un fenómeno de los años 60 y los 70—, unos comedores más distinguidos que, aunque con el pésimo menú de los demás, por lo menos ganaban inicialmente la batalla de la pulcritud.

En general, un comedero típico, ya fuese el de la Cervecería La Tropical en Marianao, o de la Fábrica de Ómnibus Girón en El Vedado, olía a una cómida indescifrable pero decididamente vieja, cuyo matiz mas identificable era el de la solterona manteca rancia. Para sorpresa de los estudiosos de los aromas, este olor —que no lo era pero que tampoco degradaba específicamente a hedor— solapaba el que habría de dominar el aire, el de lo que se cocinaba pero… misterio, misterio…

El olor no procedía de las fuentes de alimentos fragantes en estado natural o de éstos en proceso o cocción, sino de la paredes porosas y de los manteles mágicos —tenían una enigmática combinación de resbalosos y pegajosos a la vez— que a fuerza de ser higienizados con un paño húmedo —y ya, porque el (el detergente) se lo llevaban a casa las camareras y cocineras— , como un palimpsesto de mugre, atesoraban capas y capas de remanentes de comida. Lo más desconcertante —¡y a la vez fascinante!— de estos manteles de vinilo —los de tela se volvieron muy inconvenientes por las exigencias de lavado—, era que a contrapelo de la condición natural de este género sintético impermeable, se iban impregnando del paso y expansión semanal vía trapito inmundo de los restos de comida que caían sobre él y, en vez de repelerlos, se los incrustaba para luego regurgitar sus aromas. Claro, más tarde, estos manteles también desaparecieron —¡rezago de la burguesía, sobre todo si eran tipo escocesa!—, del mismo modo que se evaporaron las mesas de 4 comensales, para ser sustituídas por largas mesetas colectivizadoras que generaban orgasmos a distancia al Ché Guevara allá en Bolivia, de madera desnuda, unidas a bancos a toda su extensión que había que saltar y que, por obra del traicionero tropezón, más de una vez crearon episodios de baño de potaje al portador y/o a un infeliz sentado. Estos bancos encerraban acaso el atractivo de que como las mujeres tenían que alzar las piernas para cruzarlos antes de sentarse, de cuando en cuando uno podría enterarse del color de los blúmers de Clarita, la tesorera del sindicato.

El costo de 50 centavos por plato mencionado encima duró años como parte de la política de inmutabilidad de precios del régimen —los autobuses y el periódico se quedaron anclados en 5 centavos por años y años, no importa si el petróleo, el papel o la tinta (y no la de calamar) subían o bajaban en el mercado internacional—. Era un precio “obrero”, fijo, impertérrito, subsidiado, pero tampoco vaya a pensar que era tan barato. El salario promedio de un trabajador cubano de los años 60 y 70, desde el cirujano cardiovascular hasta el barrendero de calle, era de $110 pesos. Cincuenta centavos por 5 días de la semana laboral castrista —se trabajaba entonces los sábados media jornada pero ese día el comedero no abría— son $2.50. Al mes, $10 pesos… El promedio de gasto en almuerzos estatales de un obrero cubano era por tanto de alrededor del 10% de su ingreso mensual...

Otro aspecto de la personalidad de los comederos obreros era el ruido. De entrada, garantizaban la bulla —algarabía— natural, emanada de la simple confluencia de un cubano y otro… a la que se sumaba un escándalo del carajo por la cacharrería de la cocina en la que llevaba la voz cantante el traca-tá de la clásica bandeja de aluminio tipo Thali, dividida en 6 bajorrelieves, presididos por uno más grande y redondo al centro donde iban… ¡ta-rá… los chícharos!

Los chícharos, del mismo modo que los arqueólogos estudian la “dieta” de un sitio descubierto, merecen un análisis aparte en la historia cubana del último medio siglo, sobre todo en el período jurásico 1959-1970, pero que dejaremos para otro momento.

El menú del comedero obrero era uno solo por día, elevando pues a la categoría de restaurante gourmet a las humildes fondas de barrio suprimidas por Castro. Los componentes más rutinarios del menú obrero eran, como ya anticipamos, los chícharos —plain como la recta Florida-Camagüey—, que había que comérselos rápido mientras mantuviesen el calor de cadáver reciente, porque después de ello se pegaban a la bandeja con la eficacia de adhesivos futuros; harina de maíz —¿de maíz?—, uno de los peores ofrecimientos porque generalmente —¡yo no sabía que la harina era tan mal llevada!— venía sola o en el mejor de los casos con un huevo hervido —a menudo prematuramente— bañado en una salsita siniestra; pastas —tipo “coditos”— del que con la certeza de que el Sol sale por el Este y nada más que por el Este usted podría asegurar que nunca vendrían decorados con queso y, finalmente, de cuando en cuando, en el departamento más expresamente proteico, spam ruso que no sé por qué siempre terminaba dándome picazón en los ojos. En este acápite se instalaban los “troncos”, igualmente intoxicantes (los “tronchos” no necesitaban explicación; los tronchos, tronchos son, y siempre eran de pescado y pescado, mire usted, es pescado —sobre todo con muchas, muchas espinas—, no importa si de macarela, o de bajonao o de cualquier pez atrapado por allá por las costas de África en las redes de la Flota Cubana de Pesca —a la que creo que Silvio Rodríguez le dedicó candoroso una canción— que con esmero ignoraba la prolija fauna de la plataforma insular. El postre, en el país más dulce del mundo, podría ser una babasa racionada en azúcar a la que sería una infamia llamarle mermelada y, aún así… ¡se le echaba tanto de menos!

El caso es que con ese menú único, singular, conciso, expreso, expedito, rectilíneo, usted podía apostar sin temor a perder a que, por ejemplo, las flatulencias vespertinas de la legión de fundidores de la Antillana de Acero en El Cotorro llevaban las mismas características odoríficas… lo cual nos conduce a un análisis marxista de la belleza igualitaria del pedo proletario.

Con el tiempo, los comederos obreros —a los que ¡oh, ya lo olvidaba!, no les faltaban las largas colas de espera—, se fueron diversificando en distintas criaturas con características según su asiento. No era lo mismo el del paradero de la Ruta 10 en Jacomino que el de la Dirección Municipal del Partido en Luyanó… hasta llegar a verdaderos actos de transculturación como vio este servidor en el comedor de la planta soviética de níquel en Moa, ¡en el que se servían para los trabajadores orientales de Cuba insípidos pilmenis..!

En realidad, no sé qué han sido de los comederos cubanos por los últimos 20 años para que, al igual que los opositores políticos, terminen fusilados. Los comedores obreros ahora se van por el fregadero de la historia, llevándose consigo sus pertinazmente grasosos manteles de vinilo, las abolladas bandejas de aluminio y las burdas cucharas de sopa, único cubierto de mesa que conocieron ellos. Lo triste es que quién sabe si a estas alturas, alguien en Cuba que no tiene a nadie en el extranjero sueña, para matar el hambre por lo menos imaginariamente —¿Pánfilo?— con aquellos chícharos a 50 centavos que, cuando se enfriaban, revelaban su empecinada vocación de pegamento…

Tuesday, September 22, 2009

CONCIERTO PAZ SIN FRONTERAS EN LA HABANA

¿A quién favoreció?

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com

Posted on Sep. 21/2009

Si las cifras son ciertas, el Concierto Paz sin Fronteras en La Habana, celebrado ayer 20 de septiembre del 2009 y promovido por el cantante colombiano Juanes, va de cabeza para el Libro Guinness de Récords como el más multitudinario de la historia de la música. Los números son los números y los récords, récords son, pero su frialdad ignora los detalles detrás de ellos.

Que no canten victoria las lágrimas de emoción de Miguel Bosé que jamás en su vida soñó con tanto público para su “bandida” canción, porque si quitáramos a Juanes de la escena y lo sustituyéramos por Carlos Vives habría pasado lo mismo; y si reemplazásemos a Vives por Shakira, igual; y a Shakira por Alejandro Sánz, ídem; y a Sánz por Enrique Iglesias póngale pues un papel carbón, y así y así ad infinitum, hasta llegar al pingüino amaestrado del circo Ringling —¿lo tiene?—, porque en Cuba, donde no pasa nada, ni va nadie, hasta el artista italiano asistente a la cita habanera cuyo nombre no puedo recordar, llenaría Tropicana...

Ha terminado El Concierto para los Sedientos, El Concierto de los Deshidratados… Cinco horas de música… sin agua. Cada vez que una cámara de televisión hizo un tiro a la multitud, jamás se vio una botella del preciado líquido. No me extrañaría que a 24 horas de terminado el show —lo que motiva mi razonamiento—, Zephyrhills esté cabildeando ante el Congreso de Estados Unidos el levantamiento del embargo a Cuba…

Como puesta en escena, el concierto juanístico fue pésimo. Incoherente, llenos de costuras, carente de fluidez y de producción. El elenco, en general decadente, estuvo integrado por estrellas —incluidas las tres cimeras, Juanes, la Tañón y Bosé— que necesitaban como que de vida o muerte, un empujón artificial que reanimara esos slums cíclicos que todo artista o atleta sufre. La presentación les vino de perillas para que sus fans —menos los de Cuba— se apresuraran al otro día a comprar sus viejos discos (Los Beatles no necesitaron eso para agotar en tan solo horas el lanzamiento de Rockband el 09/09/09).

Los instantes más penosos del entuerto fueron los protagonizados por Cucu Diamante, una escuálida cubana ‘exilada’ en New York que, por su militancia política, lo que mejor podría hacer es gestionar su regreso a Cuba. La ¿cantante? recordó a medias el pedido del Papa —sólo exigió que el mundo se abriera a Cuba—. Pero tuvo un lado bueno: descaracterizó la idea de que Gorki Águila no calificaba para integrar el recital.

Bochornosa también fue la demagógica interpretación de “Ojalá”* de Silvio Rodríguez, una especie de amnistía personal por adelantado al futuro para que —quiméricamente— no le pasen la cuenta cuando le toque.

Al cierre, se produjo el desplante de vieja maestra solterona de Juan Formell, de los Van Van, que dijo que el concierto se realizó “duélale a quien le duela”, sin duda aludiendo a los cubanos de Miami. En el ocaso de su vida y de su carrera, a Formell no le ha quedado más remedio que ser solista de la orquesta que siempre tuvo por voz prima a otros cantantes.

Se le agradece a Juanes que, a última hora, gritara un par de veces “¡Cuba Libre!” —¿acaso no estaría solicitando que le agenciaran para su garganta seca el famoso trago con el ron Havana Club que lo patrocina?—, y que exclamara “una sola familia cubana”, eliminando la amarga distinción entre la de La Isla y la del exilio. Gracias, Juanes, por haber quebrado con eso el código de silencio de proyección política que ‘noblemente’ Cuba impuso para demostrar sus sanas intenciones de gatita de María Ramos. Pero, Juanes… ¿qué menos que eso podrías haber hecho?

La censura, por mucho que digan que no la hubo, se reveló allí. Carlos Varela —nunca confié en gente que oculta la calvicie—, entonó algunas de esas canciones gelatinescas suyas que ni fú ni fá y que no se sabe a dónde van a menos que, como ocurre con el doble sentido, alguien les atribuya un único y específico destino. El trovador, con la minuciosidad de un relojero, sorteó las que todo el mundo esperaba que cantara (“Guillermo Tell”; “Jalisco Park”; “Leñador sin Bosque”…). Al mejor modo del chantajeado moral —¿lo será?—, Varela, más que ambiguamente como en otro momento ha hecho, se proyectó diáfanamente en pro del establishment cubano, no en su contra. Suponemos que no quiere poner en riesgo la amistad que confesó en un video de una presentación cuasi íntima en La Habana que guarda con las hijas del bulbicefálico Ricardo Alarcón. Mientras, Olga Tañón —una mujer sexy siempre es deliciosamente embustera— se tragó las canciones de Celia Cruz que prometió que cantaría, y el estreno de Juanes anunciado por él mismo, una melodía que silueteaba al cubano —¿de ambos lados del Estrecho de La Florida?— se la llevó el Diablo…

En las últimas semanas, casi día a día, como el agrónomo, he estado moviendo mis banderitas marca-terreno acerca de Juanes. A ratos me pareció bien intencionado, a ratos un tonto, a ratos un tramposo. Me dieron ganas de estrangularlo cuando dijo a un programa de televisión en Miami que las guerrillas de las FARC nada tienen que ver con Cuba y, respecto del feudo de los hermanos Castro, manifestó que hay que construir el futuro desde este presente, ignorando que el ayer de La Isla es todavía justamente el más reciente minuto de hoy.

Ya no me queda duda de que este concierto fue una pieza más para desmontar la política hacia Cuba sin que su gobierno comunista haga ni la más mínima concesión. La movida lleva ingeniería cubana de allá, con etiqueta de la nueva administración demócrata de de Estados Unidos, con Obama y la Clinton como piloto y copiloto de la nave.

¿A quien sirvió finalmente el concierto?

Pues al gobierno de Cuba...

Qué pena que Juanes y compañía hayan sido peones para dar una imagen de normalidad en un país que ni como nación ni como sociedad es normal.

El concierto de Juanes en la capital cubana ha servido para que, los incautos por un lado y por otro los malintencionados dispuestos a justificar y bendecir la dictadura más vieja del hemisferio, se disparen a decir que Cuba ha cambiado porque fue capaz de ofrecer un espectáculo público internacional sin la expresión de la política. Es el viejo esquema convence-tontos de elevar a categoría de paradigma lo que habría de ser opaca rutina…

Y qué triste escuchar a alguna gente decir que al menos los cubanos de allá pasaron un domingo distinto. Qué estupidez, qué ofensa… Como decirle al padre desesperado que su hijo enfermo de una grave dolencia necesita la golosina de consuelo en vez de una cura radical a su mal para que luego pueda comerse durante toda la vida los dulces que se le antoje.

Como con la visita del Papa y cualquier cosa que el gobierno cubano permite, el Concierto por la Paz sin Fronteras de La Habana favorece a la tiranía de medio siglo en Cuba.

Al final, también me producen pena ajena todos los artistas que participaron en el evento que, por ilusos y veleidosos —¡ay, las lágrimas de Bosé!— se han quedado con la falsa ilusión de que fueron capaces de sostener la atención de los miles de personas congregadas allí. Juanes, Olga Tañón y Miguel Bosé, desconocen que tan sólo al grito de un típico jodedor cubano de, “¡caballeros, pan con lechón!”, se habrían quedado solos cantándole a la cabezota de hierro del Ché Guevara en la fachada del edificio del Ministerio del Interior. Y qué decir de alguien que hubiese voceado “¡oye, hay un barco pa’ Miami en el Muelle de Luz..!”



*“Ojalá” es una canción que privadamente todo el mundo en Cuba la ha considerado siempre como precursora de la muerte de Castro.

Saturday, September 19, 2009

Un "Día Normal" en la vida de JUANES

Entrevista y fotografía: Pepe Forte

Publicada en Mundo del Disco/Julio 2002

Juanes hace la entrevista en cuclillas frente a la mesita de cristal en el lobby de aquel hotel —con pretensiones post modern— de Miami Beach. Es un “día normal” para la mas sureña de las grandes ciudades de los Estados Unidos... aunque no tanto, a menos que se ignore que está nublado y ventoso fuera en un lugar que se supone tiene Sol todo el año. Y no sé si es por eso que pero me da ganas de llamarle roquero a Juanes, cosa que llevo tiempo esperando hacer.

—A mí me resulta muy difícil etiquetarme musicalmente —es la respuesta que me da Juanes y que luego me doy cuenta que sospechaba—. La música hoy día es... mira, creo que tengo que ver mucho con el rock y con el folklore... yo empecé muy pequeño tocando la guitarra, y tocando la música más popular. Es decir, antes de caer en Hendrix, en Los Beatles, o cualquier otro ícono así, yo escuchaba a Gardel, a Lucho Gatica, Joe Arroyo, Silvio Rodríguez, Milanés... ésa es mi escuela. Después llegué al rock, pero yo no conocía a estos íconos como Clapton, Rolling Stones...

—¿Antes, cuándo? Creo que más bien diría cuándo ‘viraste’ al rock, porque toda esa gente es de antes que tú... —indago.

—Oh, sí, claro... antes de mis trece años más o menos... Sí, ellos ya existían, pero yo no tenía esa información. Luego fue que mi música tuvo que ver con eso, con Metallica, Led Zeppelin, Pink Floyd. Pero es que yo pasé mucho tiempo de mi vida pensando ‘hacer' la música, hasta que me di cuenta que la música no se piensa, sino que ‘sale’ del alma. Por eso te digo que no me encasillo...

—No frames, right?

—Así es. Lucho por eso, porque no me encasillen, pero mi música tiene muchos elementos contemporáneos, y otros elementos actuales del R&B, hip hop, del funk. Es como lo que me dijiste de Shakira, que no sé en qué punto empieza la Shakira global o la roquera, por eso mismo, porque la musica es hoy más global y todo el tiempo se está renovado. Yo veo a la música como una sola cosa, como un lenguaje.

—¿Qué te parece la etiqueta de “Rock en Español”? A mí no me gusta…

—A mí tampoco me funciona, me parece... mal. Si vamos a hablar de un rock nuestro, mejor sería llamarle rock latino, como el latin jazz. Es que mira, hermano, volvemos a lo mismo, a mi la música me pega, sea pop, rock, o lo que sea. Creo el rock es una actitud, mira a Carlos Vives que...

—A mí Carlos Vives me ha dicho que se siente roquero por dentro...

—¿Ya ves?... aunque toca vallenato le va el roquero por dentro, porque se trata de fusión. Yo, toco la guitarra pero, por ejemplo, mi guitarra no tiene distorsiones. Eso no significa que no sea rock, simplemente que me gusta la guitarra limpia o la acústica, que también es la del rock. Por eso yo voy por la calle y veo unos mariachis y también me fascinan, ¿entiendes, hermano?

—¿Consideras ‘normal’ a tu nuevo disco “Un día Normal”?

—Hay doce canciones, 11 de ellas de mi autoría y una del maestro Arroyo, salsero colombiano, que se titula La Noche. También hay un dúo con la canadiense Nelly Furtado. ¿Normal?... es un disco que trae una nueva energía, muy positiva, lo produjimos en este caso Gustavo [Santaolalla] y yo y, ‘fíjate bien’, es un disco bien diferente a “Fíjate Bien”, aunque como aquél también experimenta con los ritmos folclóricos colombianos y latinoamericanos. En general, es mas orgánico. “Un Día Normal” tiene la misma esencia de “Fíjate Bien”, pero con otra visión de la esencia de la vida y de las cosas.

Prácticamente vísperas de las elecciones en Colombia que luego ganaría según lo anticipado Álvaro Uribe Vélez, decido preguntarle cómo este Juan en plural ve a Colombia... musicalmente.

—Musicalmente veo a Colombia muy bien. En la última década ha estado en un gran momento musical, y déjame decirte que es muy difícil sobresalir allí haciendo música porque hay mucha riqueza, antes de nosotros, es decir, de Vives, Aterciopelados, Shakira y todo. Estos últimos 10 años han sido increíbles, hay mucha gente con talento musical allí, en las calles.

—”A Dios le Pido”, el primer sencillo...

— “A Dios le Pido” es una canción que es como un abrazo a la vida, muy positiva y es la canción que uso en mis oraciones.

—Amén, Juanes...

—Amén, Pepe...