Tuesday, August 18, 2009

¿Debe JUANES cantar en LA HABANA?

La controversial decisión del cantante colombiano de realizar un concierto por la paz en Cuba ha reverdecido la antigua polémica de si es correcto o no que un artista extranjero se presente en La Isla y lo que ello significa en una u otra dirección...
Por PEPE FORTE/Editor de www.iFriedegg.com
Posted on Aug. 17/2009

Conociendo la historia, esto no va pa' ningún la'o... (WILLY CHIRINO)

Cada artista tiene el derecho a cantar donde le plazca o donde lo inviten. Partamos de esa premisa para abordar la controversial decisión de Juanes de ir a Cuba, que ha desatado la antigua polémica de si es correcto o no para un cantante presentarse en La Isla, y qué significa ello en uno o en otro sentido.

La propuesta de Juanes, para empezar, es tonta...

A tenor de lo que él mismo dice —¿le creemos?— sólo le bastaron 24 horas de paseo por las calles de La Habana en junio pasado con su desteñido T-shirt gris con la efigie de John Lennon, para imagine himself metiendo un mega-concierto con más estrellas en la Tierra de las que hay en el cielo, en plena Plaza de la Revolución, ensanwichado por la cabezota en hierro del Che Guevara al frente, en la fachada de un edificio, y la sufrida estatua de José Martí a las espaldas. Así, Juanes se pone la camisa negra —bueno, creo que para la ocasión se viste de blanco— y se acompaña de un pastiche musical sin igual —más bien dispar—, integrado por Miguel Bosé, Carlos Vives, Enrique Iglesias —¡¿Enrique Iglesias?!— Luis Fonsi, Ricardo Montaner, Olga Tañón y otros más para un total de 12, como los apóstoles —¿coincidencia o...?—, embajadores musicales por la paz. ¡Ah!, no sé si este conteo incluye a Silvio Rodríguez. A lo mejor la docena artistas son extranjeros y Silvio sería... ¡el número 13, qué buena suerte!

¿Saldrá bien? Es difícil imaginar cómo un show en vivo puede hacer una transición coherente entre "La Belleza" de Miguel Bosé y "Es Mentiroso ese Hombre" de Olga Tañón —¿le dedicará la Mujer de Fuego esa canción al Comandante?—.

El propósito de este otoñal Woodstock tropical para el 20 de septiembre es repetir el Concierto por la Paz y la Libertad en la frontera colombo-venezolana, sólo que en la edición habanera la palabra "libertad" —how convenient!— se fue a la porra.

Juanes ha dicho que su concierto carece de aristas políticas. Sus palabras: "Es un concierto blanco, no hay ninguna consigna política". ¡Oh!

El sólo hecho de cantar junto a Silvio Rodríguez invalida el argumento. "Desde los 9 años yo he estado tocando canciones de Silvio", dijo en diálogo con Teresa Rodríguez el joven intérprete a las cámaras de Univisión. Y algo parecido hizo a este servidor en entrevista hace unos 7 años, cuando le reveló que el mencionado cantautor cubano y Pablo Milanés están entre sus influencias capitales. Pero Silvio Rodríguez —talento musical aparte—, no es simplemente un trovador como Juanes intenta verlo a través de un prisma romántico. Rodríguez es diputado a la Asamblea Nacional de Cuba y algo más, difícil de recordar por su título rimbombante. Por tanto es un político en ejercicio, un miembro activo del gobierno castrista de La Isla, partidario de todas las proyecciones de la cúpula comunista gobernante que él endosa, y signatario por demás de la lista de artistas e intelectuales cubanos que aplaudieron el fusilamiento de unos jóvenes que intentaron abandonar clandestinamente el país, ya que en Cuba no se puede viajar sin el expreso consentimiento de las autoridades.

Silvio Rodríguez, guitarra en mano, aunque cante 17 veces seguidas la empalagosa canción "Unicornio Azul", es de todas maneras un estamento político.

So, algo huele mal en la receta que Juanes quiere cocinar en Paseo y 19 de Mayo. Luis Fonsi decidió bajarse del concierto; luego lo hicieron Montaner e Iglesias, y la Tañón durante días, a través de su vocero, la dedicada Anitere Bonnet, ha estado a horcajadas de un péndulo entre el sí y el no, aunque ha dicho, medio maternal, que le apena dejar a Juanes solo...

Juanes asegura que sólo va a cantarle al pueblo de Cuba...

Las pretendida imparcialidad o nulidad política de Juanes podría creerse... hasta el punto en que él se niega a tocar en Honduras. Así protesta por la desconexión forzada de la presidencia del hoy itinerante Manuel Zelaya que deambula por ahí bajo un sombrero. Esto constituye una declaración de Juanes de no reconocimiento al gobierno de paso de Micheletti. Sin embargo, Juanes no tiene escrúpulos en tocar en un país cuyo gobierno es mil veces más ilegítimo que el actual de Tegucigalpa, que desde hace 50 años no celebra una elección y que acaba de practicar una transición de poder a dedo, de hermano a hermano, que es como decir de dictador a dictador.

¿Habría tocado Juanes en el Chile de Pinochet, en el Paraguay de Stroessner, en la Nicaragua de Somoza..?

A juzgar por la entrevista con Teresa Rodríguez, Juanes no debió abrir la boca. Mas tuvo suerte: Fue usufructuario del tono mesurado de la entrevistadora. De haberle tocado otro periodista, más agresivo, el cantante colombiano habría sido triturado. Juanes no nació para explicar razones. No pudo sustentar sus argumentos, cayó repetidamente en brazos de la muletilla "¿me entiendes?" y, en realidad, expresó criterios que, en el mejor de los casos, le hicieron lucir ingenuo, cuasi infantil. Juanes se equivoca cuando dice que Cuba y Colombia necesitan la paz. Cuba no está en guerra. En todo caso, Cuba necesita estar en paz, que es diferente... y más perentorio. Lo que Cuba requiere es libertad, democracia, cambios... aunque si le preguntaran a Pánfilo, el folclórico negrito borrachín habanero que terminó preso por sugerir acceso al tenedor lleno ante la cámara de video de un turista, con su voz ronca llanamente diría que lo que hace falta allí "es comida".

El artista, que reconoció ante Univisión que la iniciativa del espectáculo es suya, no del estado cubano —que por otro lado no va a poner un centavo como siempre según él mismo—, se deslizó a alta velocidad por la canal de las ingenuidades. Dijo que el gobierno de Cuba no le puso restricciones y que confía en lo prometido por éste —"ellos nos han dado la palabra"—, de no interferir en el concierto, lo cual —suponemos— excluye ausencia de consignas o fetiches políticos, y la no presencia de Raúl Castro o cualquier otra figura de la nomenclatura en el público. Por nuestro lado, creemos que cumplirán la última parte de la promesa: Ya tienen a Silvio en el escenario...

Juanes ignora que lo menos que, de cariz político va a pasar durante el concierto, es que a nivel de producción de televisión Cubavisión hará varios tiros de cámara al enorme rostro del Che Guevara sujeto al frente del edificio del Ministerio del Interior mientras canta. Juanes: "Si me utilizan, pues bien, OK, listo..."

¿OK, Juanes..?

Pero, si el concierto es por la paz, ¿por qué Juanes no invita a Las Damas de Blanco, que visten del mismo color con que él se presentó en la frontera con Venezuela? "Yo no puedo meterme ahí con los disidentes, yo no soy un político, yo no soy un canciller", le dijo a Teresa Rodríguez. Y a continuación se enredó en unos galimatías entre la paz y la libertad, incomprensibles y contradictorios.

El que Juanes deje intacto el asunto de la disidencia y los prisioneros de conciencia, niega ya rotudamente su afirmación a Teresa Rodríguez de que "yo no pienso involucrame con el gobierno", y que éste no le ha puesto condiciones. Juanes, en su propósito de llevar a cabo un proyecto que vaya a saber si ya le pesa, se engaña a sí mismo. Pobre...

Más allá del rechazo que ha recibido del exilio cubano en Miami, muchas voces no necesariamente militantes del pensar de la diáspora, han expresado su desconcierto por el concierto que, paradójicamente, por el momento ya no es el de la paz, sino el de la guerra y la intranquilidad. Juanes de nuevo: "Esto ha sido una pesadilla para mí".

Una pesadilla que decidiste soñar por cuenta propia, querido amigo. Una figura de relieve como tú no puede permitirse el lujo que quedar como un babieca público. Tienes talento artístico, Juanes... pero eres veleidoso y te falta madurez.

Claro que el lado lastimero del asunto es la gente en Cuba, que no tiene la posibilidad —como ocurre en el mundo libre—, de ver a sus estrellas favoritas. Pero tampoco se puede pasar por alto que la abulia y la indolencia de un pueblo —ya sabemos que sometido a 50 años de opresión y privaciones— le han convertido en una masa inerte, nada más interesada en pan y circo, cosas de las cuales —y tan sólo a veces— el estado paternal les permite acceder a un poco de lo segundo.

Los cubanos de La Isla no necesitan de distracciones anestésicas, que en el desgano les va su propia condena, mientras a sus espaldas —sin que lo sepan gracias al control estatal de los medios y, peor aún, acaso sin que les interese— los dignos opositores al sistema se desgastan en las cárceles por delitos tan descabellados como exigir el derecho a la Internet para ese propio pueblo que, o bien los desconoce, o no los aprecia. Así que hasta las supuestas buenas intenciones de puro entretenimiento de Juanes tienen un lado pernicioso y tarado.

Pero mucha gente, en un sorprendente esquema de análisis selectivo, esgrimen el caritativo argumento de la dádiva de divertimento al pueblo cubano. Durante el tiempo de Pinochet —el único dictador que dejó de serlo por voluntad popular, valga recordar—, muchos artistas se negaron a tocar en Chile, y nadie alzó la voz en el mundo para compadecer a los pobres chilenos que pasaron años sin poder aplaudir a tal o cual banda o cantante.

El comunismo remanente en el Siglo XXI y la eternamente plañidera izquierda del mundo, enseguida arman la pataleta y, cual expertos sofistas, embuten a media humanidad con la pseudo-justeza de sus reclamos. Y como inefables han enseñado al planeta las fórmulas del olvido, ya nadie recuerda la censura a artistas que pisaron "terreno prohibido". A Paul Simon, que es cualquier cosa menos una persona de derecha, lo desollaron cuando grabó en Sudáfrica —seducido por las sonoridades de allí y no por otra cosa ni interés— su disco Graceland, y la banda británica de rock Queen fue vetada por presentrarse en Sun City —¿recuerda la canción protesta cantada por muchos artistas a la vez, I Won't Play in Sun City?—, en pleno apogeo de la campaña mundial contra el apartheid y por la liberación de Nelson Mandela a mediados de los 80.

Juanes ha preferido compartir escena con los distantes artistas cubanos de La Isla, a los que no conoce, mientras que ha ignorado a los de Miami, que son sus amigos, colegas y vecinos. Algunos de ellos no querrían ir a Cuba así les invitasen. Otros han manifestado su interés por hacerlo, pero han recibido un portazo en la cara. En Cuba —y es necesario que Juanes lo sepa si no—, no existe ni industria ni mercado discográfico. En términos lucrativos Juanes no gana nada con su presentación en Cuba. Pero él, fascinado no se sabe por cuál extraño canto de sirena, ya hizo su elección: Ha escogido a los de allá por encima de los de aquí como Amaury Gutiérrez, Gloria y Emilio Estefan, Willy Chrino, Marisela Verena, Albita, Carlos Oliva y otros artistas más con base en el Sur de la Florida y de talla mundial.

No vamos a denigrar el talento de Juanes por la elección de una ruta que, una vez puestas razones a diestra y siniestra en los platillos de la balanza, inclinamos hacia el rechazo. Ni vemos necesarios ni justos, sino abominables y sin sentido, incluso los amagos de censura o boycot a la obra del artista, y mucho menos la repudiable destrucción de sus discos a martillazos o en la hoguera. Pero Juanes ha hecho un mala elección. Soñamos con que su presentación en la Plaza de la Revolución —otrora y algún día de nuevo "Cívica", como originalmente se llamó— sirva para que ojalá pase algo que borre de pronto lo que ha durado más de lo que debía y, como el rabo de nube, se lleve lo malo...

Pero no tenemos muchas esperanzas de que Juanes saque el pie, o logre que la gente lo haga allí. "Conociendo la historia, esto no va pa' ningún la'o...", dijo desesperanzado Willy Chrino, gran conocedor de la realidad cubana y quien en varias ocasiones ha emplazado al gobierno castrista para que le conceda un espacio para cantarle a los cubanos allá.

¿Juanes?, no sé... pero Juan Esteban Aristizábal todavía está a tiempo de evitar que lo llenen de lodo de pies a cabeza. Juanes no tiene que pensar en el pueblo de Cuba, sino en el suyo propio, el colombiano. Allí mismo, a sólo metros del micrófono en que va a cantar en La Habana, en los edificios circundantes que componen el anillo ejecutivo de la Cuba castrista, del otro lado de ventanas iluminadas que él mirará maquinalmente cuando entone algunas de su canciones, se tejieron y fraguaron operaciones de apoyo a las guerrillas de las FARC, que han enlutado a su país.

La propuesta de Juanes, para terminar, es tonta...

Juanes debe pensarlo dos veces antes que se le quede en la frente un penoso cuño indeleble, un tatuaje vergonzoso, una marca bochornosa como la infamante letra escarlata de los tiempos de los puritanos. Es probable que, como suele ocurrir en los conciertos, cuando éste termine, Juanes y Silvio no se abracen. Tras el abrazo, la camisa negra —o peor para más contraste, blanca— de Juanes, se manchará de rojo, ya saben de qué. A Dios le pido que Juanes recapacite, porque el concierto a pesar de sus anheladas 5 horas es un ratico... pero esta metedura de pata suya lo será para toda la vida.

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